PORTAFOLIOS/ Los siete pecados capitales del emprendedor

Durante una crisis, como la actual pandemia mundial de Covid-19, los errores de visión y conducta maximizan sus efectos nocivos en los negocios, sobre todo en las start-ups.

Estos son los principales “pecados” en las organizaciones:

Por Alan Ramírez Flores, CEO de Coperva

Durante una crisis, como la actual pandemia mundial de Covid-19, los errores de visión y conducta maximizan sus efectos nocivos en los negocios, sobre todo en las start-ups.

Estos son los principales “pecados” en las organizaciones:

Pereza. Es la cimiente del fracaso de una empresa. Se cuela rápidamente en toda la organización y tiene que ver con planes de negocios improvisados e incompletos, estudios de mercado sin profundidad, generación de métricas de desempeño no estrictas, falta de compromiso para detectar de manera sistemática nuevos nichos de mercado y clientes, lentitud en la implementación de estrategias de innovación y desarrollo organizacional y otras.

Durante una crisis, la pereza puede inducir al cierre de negocios al no pivotear con suficiente rapidez ante los imperativos de mercado. Incluso, es el pecado en el que incurren quienes “dejan para después” acciones cruciales para el negocio como la omnicanalidad y la digitalización de operaciones.

Si algo se evidenció en la actual pandemia fue que la procrastinación dejó fuera del mercado a las compañías lentas.

Soberbia. Asumir que se tiene un buen posicionamiento y que las condiciones externas no modificarán cuota de mercado o crecimiento afecta a las empresas ya consolidades y en desarrollo. En el caso de las firmas que inician operaciones, la soberbia simplemente las puede dejar fuera.

Este pecado se asocia con la reticencia a modificar estrategias de negocio, planes y gestión. Inclusive frena la incursión a nuevas áreas de productividad y comercialización. Es abrazar la idea errónea de “así estoy bien” y rehusar los cambios.

Una prueba irrefutable de soberbia empresarial aparece cuando existe una negación sistemática a probar nuevas maneras de mejorar las cadenas de producción y suministro. Resulta muy común en empresas familiares.

Gula. El apetito desmedido en una organización surge cuando los lideres empresariales tratan de “comerse” las ganancias antes de pensar en la inversión. Existen extremos en los que las primeras ventas se destinan a gastos personales de los emprendedores. Encima, incluso, del pago de capital de trabajo.

Existe una norma popular que establece que no existirán ganancias como tales antes del tercer año de operaciones, y aún así deberán priorizarse inversiones de consolidación, crecimiento e innovación.

La gula, asimismo, es un pecado asociado a la mala administración. El querer disfrutar de distintas prestaciones y canonjías antes de la consolidación de la compañía.

Lujuria. Es un pecado asociado al placer sensorial y tiene que ver con una visión a corto plazo en los negocios. Es estipular ganancias para los inversionistas, pero desdeñar los beneficios para todas las partes interesadas: clientes, consumidores, proveedores y sociedad en general. La lujuria organizacional puede impedir que se catapulte la misión empresarial.

Durante la actual crisis se evidenció que las compañías que “olvidaban” su misión perdían rumbo, oportunidades y participación de mercado. La lujuria es asumir que los planes empresariales se restringen al corto plazo: KPIs trimestrales y rendimientos anuales sobre una visión a largo plazo de cuatro o cinco años. Se tambalea entonces el por qué existe la compañía e invisibiliza las otras opciones de aportación social que puede brindar.

Ira. Está considerado como incendiaria de la racionalidad. Impide ver y actuar de la mejor manera.

La ira empresarial se asocia a permanecer en un estado de irracionalidad y carencia de sosiego que nos impiden solucionar y crear nuevas salidas y negociaciones exitosas. Es el estancamiento de la organización ante situaciones extremas.

Tal “impasse” ocurre durante una crisis, cuando nada parece tener sentido. Está asociada a la improvisación y a las estructuras organizacionales verticales, llenas de silos, con carencia de empoderamiento en cada puesto de trabajo y función.

Avaricia. El no compartir se convierte en un problema organizacional cuando se impide información y “secretos” profesionales que minan el desarrollo profesional, cuando se limitan las funciones para impedir el knowhow empresarial, cuando se acaparan decisiones, oportunidades y poder y se limitan las opciones de decisión y crecimiento a los otros miembros de la organización.

La avaricia se evidencia en los momentos de crisis con las respuestas lentas de actuación, con el repartir culpas e impedir el logro de los demás para obtener todo el reconocimiento.

Este pecado está asociado a líderes narcisistas que dificultan el progreso de las empresas donde participan. Un emprendedor avaro es quien desestima inversiones de mejoramiento productivo para no afectar su rentabilidad inmediata.

Envidia. Negarse a percibir las capacidades y triunfos del otro tiene un precio muy alto en las empresas. Es desestimar la colaboración de personas y organizaciones, perpetuar las asimetrías en los equipos de trabajo y negar que estamos en una era de compartimiento de insumos, recursos, conocimientos.

Durante la actual pandemia, las empresas más resilientes fueron las más versátiles, aquellas que lograron compartir con empresas de su mismo sector, e incluso de giros diferentes, y lograron ahorros sustanciales e incluso innovaron sus estructuras. La versatilidad, asimismo, se asocia con empresas que cuentan con políticas de mayor participación e inclusión.

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